Calor, polución, contaminación, ruido, estados alterados, malos días que parecen reciclarse interminablemente en infinitas horas que nos consumen de manera malsana la vida sin sentido, de hecho, podríamos definir, que los tiempos modernos contienen en su esencia este tipo de elementos. Pero aún así, cuando el mal ambiente parece ganarnos la suigéneris cruzada diaria, surge un elemento mágico, enigmático y exquisito, tal cual ave fénix que renace de la inmundicia terrenal, para posteriormente, aterrizar en ese pequeño e intimo espacio de tu ser; la memoria, y que sirve tan solo como su mejor aposento, donde se recuesta placenteramente, para descargar a granel, un sin fin de quimeras empapadas de no más que absolutos sentimientos.
La pregunta es simple: ¿Quién no ha viajado inmediatamente hacia lo más intimo de sus células, cada vez que la atmósfera es saturada por sensaciones hechas música?
Por lo tanto, y de igual manera, la respuesta resulta ser de hecho, bastante sencilla; (pongan en este momento el slowmotion) todos y cada uno de los individuos han experimentado la onírica asociación vivencia-música alguna vez en su vida (quiten el slowmotion). Sin embargo, en ocasiones, existen seres que logran experimentarlo piel adentro y ese viaje es tan placenteramente íntimo, que alcanzan a proyectar una realidad alterna sobre su cotidianidad; los sentidos son saturados de exquisitos olores, alucinantes visiones y deliciosos sabores que desencadenan casi siempre y de manera caprichosa; en una automática exhalación de remembranzas sentimentales y temporales que los sumergen en la hidratada frecuencia mental de su historial.
La carne hierve, se consume y se evapora, el sonido que cambia tu naturaleza, viaja a la velocidad de mil doscientas imágenes por latido, tus evocaciones han sido empapadas de música tan deliciosa, tan brutal, tan absoluta, que de manera natural se derrama poco a poco, casi imperceptiblemente sobre el pabellón de tu oreja, lánguidamente, para después dar su inobjetable recorrido por el conducto auditivo, despacito, sin prisas, tímpano, estribo, martillo, yunque y, finalmente, poco a poco, derramarse en la parte interior del caracol. Es ahí, donde caes súbitamente en el abismal campo de la memoria. Instantes después, de manera paulatina, despiertas en el océano de tus retentivas; el corazón, lo comprende de manera casi inmediata y emprende su rítmica excitación, bombea imágenes tan íntimas que tus estremecimientos carnales se convierten en solamente impulsos eléctricos, y es ahí, donde comienza la metamorfosis más estremecedora que pueda existir en la historia sensorial de esta galaxia, tú solito, te creas una piel artificial con base en puras emociones que te transportan rápida, bestial y alucinadamente a esos momentos en los que comprendiste que la música que sonaba de fondo, sobre el pabellón de tu oreja, retrataría, para la eternidad, el momento en que tu ser comprendía que el significado de si mismo evolucionaba hacia un sabroso e incierto futuro.
… thunder only happens when it's raining, Players only love you when they're playing
Say .. Women ... they will come and they will go When the rain washes you clean .. you'll know…
La vida, indiscutiblemente, de ser táctil, terrena y banal, se rompe en miles de sensoriales cuerpos, cada uno con un sentimiento de existencia diferente; la gente a tu alrededor habla y sin embargo, tú no puedes escucharlos, te abandonas. Emprendes al viaje anhelado hacia ese universo paralelo del que alguna vez escuchaste hablar, y al cual, sólo unos cuantos tienen la fortuna de entrar. Tu cuadrante mental, se resquebraja en un sin fin de formatos musicales. El dial te conduce hacia un absoluto estado jazzesco, manufacturado al más puro estilo Miles Davis, que te explota en la memoria y te recuerda la primera vez en que tu arrebatada piel se incendió al tacto apasionado de una mano temblorosa pero furtiva en la intimidad empañada de un auto; la lluvia en tu mente, moja mejor las calles, cuando ahora esa pequeña aguja te indica que te arrojará a una nueva estación radial que de manera automática te refresca el alma y los sueños que todavía se siguen cumpliendo bajo el compás de un refrescante blues marca John Mayall; o, es que acaso, un toque de rock gótico inspirado por el mismísimo Ross Williams ha llevado de paseo a tu soñador ser por la ciudad, y la oscuridad nunca te había parecido tan aterciopelada y palpable como en esa solitaria y fría noche; o es posible, que inconscientemente cada vez que escuchas el Hard Rock de Steelheart se te viene a la mente la primera vez que te empapaste a flor de piel en los brazos de la heterosexualidad sabor durazno y lo curioso, es que parece que sigues estando allí y la piel calcinante de tu amor la saboreas mejor cada vez que llega a tu oído como un susurro “I’ll never let you go”; o quizás, tal vez, por que ese, tú primer amor, aun aparece ante el espejo de la habitación de tus furtivos encuentros, recién bañado y perfumándote la explosiva carne con un exquisito “Icehouse” sabor a ochentas.
Todo esto, sólo tiene una explicación, corta pero abundante, una explicación que te dicta a manera de idilio que si la has de aceptar, te sumergirá en la delicada forma de lo nunca jamás experimentado. Coexistirás simbióticamente con la música con la que creaste el papel tapiz de tus anhelos, tus miedos y tus fantasías, con el único fin de lograr la creación de un aderezo perfecto, cálido y afinadamente delicioso para darle una temperatura más agradable a tu existencia. Porque para ese entonces, comprenderás que la realidad, y más precisamente tu realidad, se disfruta mejor cuando le has creado su propio “soundtrack”, la banda sonora de toda una vida de fondo.
Esto, me lleva a plantear que ya seamos tristes o alegres, siempre habrá una melodía para cada uno de nosotros; para cada situación y para cada sentimiento. Melodías que de alguna manera aterrizan en tu mente y te impregnan el alma. Tan poderoso es ese dispositivo, que junto con otros elementos te puede llegar a sumergir en una severa depresión, o te excitará el gusto por vivir la vida de una manera diferente, el desamor y la pasión, siempre te sabrán mejor con una música de fondo que te remarque que la estructura de tu ser está fabricada por otro tipo de elementos, más finos, más profundos, más leales.
La música, por sí sola, no tiene valor emocional, es nuestra subjetividad la que le crea un perfecto patrón para posicionarse en nuestra cultura, en nuestra mente, en nuestra alma.
Sir George Martin, ese magistral quinto Beatle, dictó acertadamente, y no hace mucho tiempo si mal no recuerdo, tras sostener una plática con el consagrado Mark Nkopfler, vocalista y líder de Dire Straits; que la música, de forma subjetiva y natural, nos dice sin temor a equivocarse ¿quienes somos, qué somos y hacia donde vamos?. Esto, tal vez debido al valor con que la acogemos en nuestro andar vivencial, ya que más allá de una mera expresión sonora, la hemos convertido simplemente en una extensión más de nuestro ser.
Y esto, es porque al final de nuestro camino, el color de nuestra identidad sentimental se ha de pigmentar a través de la armonía musical que hemos creado a lo largo del tiempo, nos bañaremos en una lágrima, nos columpiaremos de una sonrisa y nos cobijaremos en una exhalación, y eso hace, que nuestra vida, indudablemente nunca más, vuelva a ser mortal.
…I've been a puppet, a pauper, a pirate, a poet, a pawn and a king
I've been up and down and over and out and I know one thing
Each time I find myself flat on my face
I pick myself up and get back in the race…
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