La historia es sorprendentemente sencilla; ya saben, siguiendo la misma constante de los grandes descubrimientos, al mismísimo grito de estar en el momento y en el tiempo exacto ¿acaso existe alguna otra manera?
(el secreto de la vida es nunca perderse esos momentos).
Y será eternamente mucho mejor si a esta constante le agregamos la agradable compañía de un buen broder, así es; sencillo e implacable; ya no hay más.
Bien, pues bajo esos extraños mecanismos, cierta tarde, mientras mataba el tiempo con cada paso que daba en compañía del buen amigo Carlitros Canaya sobre la banqueta de sulivan; en una de esas tantas semanas de sofocante calor en la capital; conocí a cuatro sujetos que cambiaron por completo mi efímera percepción de lo que en verdad es el concepto de agarrar un instrumento y rocanrolear. Yo los conocí, repito, el Canaya, como buen cuarentón reventado venido ahora a padre de familia; se los volvió a encontrar ese día, aunque parecía ser que no los recordaba del todo bien. Sorprendentemente a los primeros que conocí fue ni más ni menos que al señorón del gran peinado “Afro” Don Brewer y al nada convencional Mel Schacher, momentos después apareció un hombre bastante rostro bajo el nombre de Craig Frost (debo admitir, aunque eso lo supe un par de años después que me decidí a por fin comprar el original de tan maravilloso trabajo) e inmediatamente detrás, maldita sea mi buena fortuna, escuché ni más ni menos que la voz de Mark Farner.
Necesito confesar, que lo que en estos momentos estoy escribiendo es simple e indudablemente la neta, tanto, que todas y cada una de las sensaciones que en estos instantes se derraman sobre mi conciente, son exactamente las mismas que esa asquerosa tarde de verano vomitaron mi rostro.
Para aquellos verdaderos rocanlovers esos nombres tienen un significado especial; la forma de ejecutar de manera espectacular la visión de la música, sin embargo, para mucha gente no. Lo que si es un hecho es que si les escribo el común denominador de los cuatro; llamado Grand Funk Railroad todos saben perfectamente de que diablos estoy rasgueando.
En esta ocasión no puedo hablar de una gran carrera o de sus innumerables y exquisitos trabajos, no, realmente no puedo hacerlo. Simplemente por que no tengo ni puta idea de lo que trata, pero sí, y eso es precisamente lo que voy a hacer en este momento; les voy a hablar del “Caught In The Act” la joyita que conozco y por el cual es todo este asuntito.
El delicioso “Caught In The Act” originalmente llamado “Live ‘75” es por mucho una de las placas que retrata de manera fidedigna uno de los mejores momentos en la existencia de este redituable negocio llamado Rock & Roll. De hecho, si se pudiese definir la esencia de lo que debe ser una banda sobre el escenario ejecutando su oficio como Dios manda; este sería un merecido y justo ejemplo. Y no es para menos, si tan sólo es Grand Funk ejecutando su set de 1975 de manera magistral. Un set donde Don Brewer le pone literalmente una verdadera madriza a su batería como si fuese la última noche de su vida (¡le faltan manos carajo¡), donde Mark Farner raspa la guitarra de una manera tan magistral que no puede sino hacer que su voz emerja de una manufactura igual de brutal; un set que embellece cada una de las notas que el papito de muchas nalguitas (ahora venidas a una especie de tías, madres e incluso hasta abuelitas) Craig Frost acaricia en sus teclados. Y es el mismo set en el cual Mel Schacher presencia como cada una de las líneas que ejecuta en su bajo hipnotizan a su audiencia.
Sobra decir y sin embargo lo haré que; “Footstompin’ Music” suena pocamadre; que “Rock & Roll Soul” suena a como se escribe; que con “I’m Your Capain/ Closer To Home” le encuentras un rico sabor a tu nena; que “Heartbreaker” te desbarata y con “Some Kind Of Wonderful” te vomitas de nueva cuenta a la buena vida; llega “Shinin’ On” y te das cuenta que ya estás rocanroleando duro y tupido; que con “The Loco-motion” lo único que quieres es encuerarte y mover el bote al lado de tu nalguita; que con “Black Licorice” ya estás pero si bien tapado; “The Railroad” aparece y tu ya quieres irte bien pero bien lejitos; con “We’re An American Band” lo único que pides es que ya te dejen subir al escenario y refinarte un palomazo como los grandes; que para T.N.U.C. mientras rocanroleas en el infinito solo de batería de Don Brewer ya quieres ponerle en la madre al de al lado (como Dios manda); que con “Inside Loocking Out” a como extrañas tu cabello largo y cuando llega “Gimme Shelter” comprendes que ya puedes morir en paz.
A pesar de los largos años que tienen en este bisnes suenan tan bestiales y frescos que es muy difícil creer que este trabajo tiene ya sus veintiocho primaveras. Y de hecho, he de confesar que no puedo concebir que algo de esta manufactura se haya podido realizar alguna vez en un espacio perdido en el infinito tiempo, peor aún; que hoy, esté en disco compacto, remasterizado y que contenga uno de los momentos más sublimes en la historia del verdadero Rock & Roll.
Y la neta no me da pena escribir que no sé cuantos discos tienen en su historia, he visto algunos, si, pero hoy podría decirles que simplemente no me interesa. Conozco uno, y para mi es más que suficiente, más, sería pecar de gula, una especie de sobredosis que no creo aguantar.
De hecho, tampoco sé si son del mainstream, quiero pensar que si y si no, no hay pedo; después del “Caught In The Act” no creo que eso les interese.
La tarde ha sido caloríficamente devastadora, y El Carlitros dicta desde lo más retacado de sus recuerdos, mientras ahora busca un Cede de “Barney” para su hija Karla “chico, el GRAND FUNK RAILROAD era lo más pesado que escuchábamos en nuestros tiempos”.
El Canaya siempre vivió en la colonia Estrella, no lo puede negar.
Y sin embargo, hoy debo comunicar que esta bandota se ganó su lugar en la historia de la música, o por lo menos en la historia de “mi” música; sencillamente por tan solo tener una sola mística meta en la vida: ser una verdadera banda norteamericana, con las ganas siempre puestas de rocanrolear duro y cabrón.
He dicho.